Eso lo vi en aquella mujer
No quisiera que por mi torpeza a la hora de derramar palabras se convirtiese esto en un barrizal incomprensible, ojalá fuese capaz de transmitir sentimientos.
A través de la puerta de entrada de aquella sala de espera ví aproximarse un matrimonio y su hija.
El marido, de unos 50 calculé , con una botella de agua en las manos, se sentó en los sillones de aquella antesala mientras que su mujer e hija siguieron avanzando hasta donde me encontraba.
Ella, sobre unos 40 y pico, mediana estatura, tez blanca, con ese aire de distinción imnato y no exclusivo de las aristocracias, compartía su brazo con el de su hija, de unos 20 y pocos si llegaba, más alta que sus progenitores, espigada , y con la belleza propia de la juventud.
- Buenas tardes.-
- Hola, buenas tardes.-
Se sentaron en silencio, como queriendo pasar desapercibidas.
De repente suena la musiquilla de aviso de llamada de un móvil.
- Tu móvil.- dijo la madre
- No, mamá, es el tuyo.-
-Hola hijo, que tal?, como estás?....//….//
- Estamos en la consulta de Medicina Nuclear, esperando para que me hagan la prueba…//….//..
- Yo estoy bien, no te preocupes…//….//
- No llores hijo….//…..//
- ¿Qué le vamos a hacer?, me ha tocado a mi, ¿Qué culpa tiene nadie?...//…//
- Pues gracias a Dios, mejor que me haya tocado a mi antes que a vosotros…//..//
- Bueno ya te llamaré más tarde, un beso hijo.
La hija, que por su proximidad seguramente habría escuchado la conversación completa…
- No lo comprendo, él que está lejos, que no está pasando por todo esto como yo lo estoy pasando, llora, y yo no lloro.
- Y que yo no te vea llorar.- le dijo su madre mirando a sus ojos.
- Si, pero no sabes lo duro que es aguantarse. -respondió la hija al tiempo que agachaba la cabeza y fijaba su mirada en el juego de su móvil que la mantenía entretenida.
- Doña …..- la enfermera asomada a la puerta la llamaba.
-Si, soy yo.- se levantó
-Haga ud. pipí antes de entrar.- señalando la puerta de los servicios.
Soltó el bolso y pasó al excusado.
Al salir, erguida, resuelta como el que acepta su destino sin rechistar, se encaminó a la habitación de al lado donde le esperaba el potro de suplicio.
Yo esperaba con mi padre a que pasasen las dos horas de rigor después de la inyección intravenosa de ese contraste radiactivo que te convierte en un peligro para niños y embarazadas para que le hiciesen una la gammagrafía , ósea en este caso.
Por unos momentos olvidé los motivos de mi espera, retumbaban en mi memoria las palabras de aquella escena, de aquella madre.
Hay tantos héroes, tantas heroínas en ese otro mundo tan cercano y tan temido de los Hospitales, de las Salas de Espera, de las Consultas, que no hace falta abrir libros de Historia para buscarlos.
Esa madre resignada y agradecida de ser ella y no sus hijos la que cargase con la cruz, no creo que la olvide mientras viva.
Y mira que he leído y oído de tantos que dieron su vida en aras de la Libertad, de su Patria, de sus Ideales, etc, pero nunca había presenciado esos momentos previos al sacrificio.
Esos que aun viendo llegar lo inevitable, lo anunciado, siguen manteniendo la compostura, cuando se está dispuesto a desnudarse de este mundo, cogerse del brazo de la muerte, erguidos y con paso firme caminar juntos a la eternidad.
Eso lo vi en aquella mujer.
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