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Mi paso

La matanza

He vuelto, mis amigos me han invitado a una matanza. LLegadas estas fechas se renueva una ancestral costumbre, el sacrificio del cerdo. Antiguamente para los campesinos y hortelanos de mi tierra, la principal fuente de proteinas para todo el año, la supervivencia asegurada.

Bueno, ya no es como antes, gracias a Dios, ahora el cerdo ya llega troceado.La carne lista para filetear y después, a la plancha o la barbacoa.

Cuando llegué, un abrazo y un beso a cada uno, como siempre. Porque nosotros , nos seguimos dando un beso y un fuerte abrazo en cada encuentro, como hermanos, desde que eramos niños, proyectos de futuro.

Las mesas vestidas. El enrejado de parrilla impaciente por atrapar el bosque de carne ensartada. La barbacoa con su enorme boca abierta asemeja una inmensa almeja dispuesta a tragar toda la carne que le echen. La leña apilada por Manolo en las proximidades del hogar, ese  que esperaba a un gran peról donde la primera de las dos tandas de migas iban a ser cocinada. El el mismo cocinero de otros años, Pepe Ramón, amigo tambien, venido de tierras manchegas  habia traido consigo todos los ingredientes, el pan cortado, los chorizos, la panceta, etc, y ya tenia a mano un instrumento de madera a modo de remo  para comenzar la dura tarea de remover y remover continuamente el pan húmedo.El cocinado de las migas es potestad suya y nadie se plantea disputarselo.

Otro Franci, dá continuas idas y venidas trayendo botellas , vasos, cubiertos, etc, etc,de vez en cuando se le oye protestar, alguno le roba una cerveza de las que ya ocupaba su lugar reservado en la blanca altiplanicie de una mesa..

El patio de esa casa de campo, sembrado de arboles para prestar su sombra en los calurosos dias de éstio, con aquellas largas mesas como comvoyes, más parecía esperar a ceremonía nupciál  que a  gentes dispuestas a mezclar amistad con viandas.

 En el interior, Pedro cortaba esos quesos de cabra u oveja, curados, muy curados , tanto que el cuchillo era casi incapaz de conseguir un trozo sin que se desmoronarse en el intento. El jamón era acostado por Angél suavemente sobre el jamonero, con el cuidado propio de un bebé.

Ahora sí, ya estaba todo listo para mañana.

Reunidos todos alrededor de la mesa de la cocina, terminados todos detalles, alguien saca unas cervezas, el vino en rama reservado solo para las grandes ocaciones y para que no se haga aburrido el tragar, se alivió con el delicado sonido de la chaira al  restregarse contra el cuchillo con la complicidad de un gato entre las piernas. Después, ese cuchillo arrancaría de las cuerdas del jamón al pasear por su geografía, la más deseada sinfonía. Algunos trozos de ese queso que esperaba su hora y un plato abarrotado de relucientes perlas negras y verdes hechas aceitunas, aliñadas estas pocas lunas atrás eran el toque finál de esta obra maestra.

La tertuliá se anima,  se levantan las risas, se suelta el chiste oportuno, una timida palmada  se escapa en un descuido, los componentes estaban servidos y la mecha, encendida.

De repente vimos a una mujer, con el rostro moreno, el cuello estilizado como el de una garza, de desnudas y redondeadas caderas que salia de su lecho, una guitarra, la de Angél.

La luna asoma furtiva por las ventanas, ensimismada contempla como el aire de la casa se tiñe con los colores de los bordones y las coplas. El lugar se cuaja de mujeres, plantios de juncos y mimbres se balancean con los vientos de la guitarra, bailan. Las notas retuercen sus talles, de  sus manos, mientras dibujan miles de cabriolas , puñados de mariposas escapan atropelladas  .Las palmadas se acompasan con el fandango y las sevillanas, las voces templan la noche e invaden la madrugada.

Y así pasaron las horas, hasta que rotas las gargantas y secas las manos de palomas, calló la guitarra por respeto al alba.

El diá siguiente amenazaba movido, aquellos mismos lugares ya solitarios se preñarian de multitud de invitados, de risas, de reencuentros, de abrazos.

 La matanza, una buena excusa para comernos el presente y volver a bebernos el pasado.

 

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